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El duopolio Macron-Le Pen se consolida como el eje central de la política francesa

El RN se normaliza como “primer partido de Francia” pero sigue lejos del poder

Izquierda y derecha son conceptos obsoletos, según la visión compartida por Macron y Le Pen, y ahora los ha sustituido el choque entre los progresistas contra los nacionalistas o los mundialistas contra los soberanistas. Las elecciones europeas aceleraron la reconfiguración del tablero partidista iniciada en las presidenciales de 2017. Y este proceso significa que la principal fuerza de oposición a Macron —o, como mínimo, el que cuenta con más votos en las urnas— es el RN, un partido estigmatizado y marginal durante décadas. Que haya derrotado a Renacimiento, el nombre de la candidatura macronista, no ha sido una sorpresa.

Una victoria del antiguo Frente Nacional —la segunda seguida en unas europeas— es hoy tan normal en Francia, y suscita tan poco alarmismo, que incluso puede parecer descafeinada, poca cosa, lo que permite al palacio del Elíseo defender que la derrota por la mínima fue un “resultado honorable” y sentirse reforzado para continuar con el programa de reformas. ¿Por qué? Por la poca distancia con la que RN aventaja a Renacimiento: 23,3% contra 22,4%, menos de un punto, y el mismo número de diputados una vez que el Brexit se haya hecho efectivo, 23 (mientras tanto tendrán 22 el RN y 21 los macronistas). Por el hecho de que en estas elecciones el RN se haya quedado a más de un punto de su resultado de las anteriores europeas, en 2014, cuando ganó por primera vez con un 24,9%, aunque entonces sacó 569.115 votos menos que el domingo. Por las dificultades para superar un techo hasta ahora infranqueable: el del sistema mayoritario a dos vueltas —no aplicable en las elecciones europeas— que lleva a amplias mayorías de votantes a unirse para derrotar a los candidatos del RN en la segunda vuelta.

El RN atrae millones de votantes —los 10,6 millones que logró Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales de 2017—, pero sigue viviendo bajo una sensación de asedio: todavía hay más millones en contra, dispuestos a movilizarse, más allá de sus diferencias ideológicas, para impedir que se acerque poder. Esto explica la paradoja de que la formación que se jacta de ser “el primer partido de Francia” —y con los resultados del domingo, lo es— no ocupe casi ningún espacio institucional, ni en los Ayuntamientos, ni en las regiones ni en la Asamblea Nacional, donde no tiene ni grupo parlamentario. El motivo es que casi siempre pierden las segundas vueltas. El ‘todos contra la extrema derecha’ aún funciona.

El aislamiento se reproduce en la Unión Europea, donde, a pesar de ser el partido francés más fuerte, la capacidad de influencia de RN ha sido limitada. La división de la derecha dura y la extrema derecha en la Eurocámara, sin un grupo fuerte y efectivo, tampoco ayuda a rentabilizar sus resultados en las urnas.

Y, sin embargo, la presencia de la extrema derecha en el centro del tablero francés le convierte en un actor establecido e ineludible. Ya hace tiempo que no es una anomalía. Es la nueva normalidad. Gana en 72 de los 101 departamentos en Francia. El mapa de sus victorias —el norte y en el nordeste industrial y la cuenca mediterránea, pero también en zonas rurales del centro— varía poco de elección en elección. Y dibuja una polarización con la Francia de Macron —las grandes ciudades y la costa atlántica sobre todo— que ahora se confirma y que se pondrá a prueba de nuevo en las municipales de 2020.

En las presidenciales de 2017 se hundió el PS, que obtuvo un 6,4%. Esta vez es LR, erosionado a la derecha por Le Pen y en el flanco izquierdo por Macron, el que cae al 8,5%. Del primer partido salieron los presidentes Mitterrand y Hollande. De los antecesores del segundo, De Gaulle, Pompidou, Chirac y Sarkozy. Juntos, sumaban hace 10 años, en las europeas, un 44,4%, un nivel similar al que ahora suman las listas de Macron y Le Pen. El domingo PS y LR sumaron un 14,9%. Juntos sostenían un sistema que se definía por la alternancia entre el centroizquierda y el centroderecha. En Francia este edificio empezó a saltar por los aires con la victoria de Macron en las presidenciales de hace dos años. La incógnita era saber si aquello fue una excepción o la nueva división permanecería. El nuevo capítulo en el descalabro de los viejos partidos es un éxito de Macron. Y de Le Pen.

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