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El ‘comix’ que sobrevivió

‘El Víbora’ no miraba ejemplos externos, sino que recogía el testigo del ‘underground’ más militante, en las peores condiciones posibles del tardofranquismo

A finales de los años setenta, el cómic vivió en España un impulso desconocido a través de las revistas. Nacía como respuesta y reivindicación de un arte minusvalorado y relegado únicamente al ámbito infantil, que reclamaba su puesto en la cultura con cabeceras tan míticas como TOTEM o 1984, que fueron el punto de partida de un auténtico boom del cómic adulto con decenas de títulos.

Un posicionamiento que seguía casi siempre el ejemplo de dos modelos fundamentales: por un lado, el de los famosos magazines americanos de Warren; por el otro, el de referentes de la bande dessinée como Metal Hurlant, Pilote o (A Suivre). Sin embargo, España se diferenció con una revista que se alejaba por completo de ambos caminos para seguir el suyo propio, abierto a machetazos contra el orden establecido. El Víbora no miraba ejemplos externos, sino que recogía el testigo del underground más militante, de ese grupo de autores que construyeron una contracultura en las peores condiciones posibles del tardofranquismo, primero desde las páginas de los fanzines y de colectivos como El Rrollo, para luego recabar en las páginas de la recordada STAR, dirigida por Juan José Fernández.

La nueva revista capitaneada por Josep Maria Berenguer reunía ya desde sus primeros números todo el movimiento contracultural del cómic hispano, de Nazario a Max pasando por Gallardo y Mediavilla, Martí o Alfredo Pons, pero compartiendo páginas con los referentes absolutos del underground americano y europeo, de Spiegelman a Robert Crumb. El “comix para supervivientes” pronto se reveló como un espacio único de libertad, provocación y fuerza creativa donde todas las tendencias autorales tenían acomodo.

Pero, sobre todo, El Víbora supo crecer con sus autores, acompañándolos en su evolución, pero sin renunciar a ser un lugar privilegiado de experimentación y acogida de nuevas autorías y experiencias: por sus páginas descubrimos el manga de Tatsumi, la exquisitez de Mattotti o la rebeldía de Pazienza, pero también fue la mejor escuela para decenas de autores y autoras que pudieron empezar sus carreras gracias a la revista de Berenguer, desde Laura Pérez Vernetti a Paco Roca, en un mestizaje imposible que mantuvo siempre su personalidad propia y definida.

Durante 300 números, El Víbora fue el ejemplo de un cómic que no se plegaba a prejuicios ni imposiciones en defensa de la creación más libre y reivindicativa. Afortunadamente, un ímpetu que no desapareció con la revista y sigue vivo en la editorial La Cúpula.

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