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Eduardo Casanova: “No existe sistema sin antisistema”

El cineasta invita a prostitutas y yonkis a su cama para que posen en ‘Márgenes’, su ensayo fotográfico

Lo último que cabría esperar de un entrevistado cuando suelta el teléfono, es escucharle decir: «Está muy rosa, tienen que tener un color más muertecito», antes del «buenas tardes» que le sigue. Eduardo Casanova, el laureado director de cine que desafió las convenciones con Pieles —su primera incursión en el largometraje, que le supuso tres nominaciones a los Goya—, da la insólita instrucción al otro lado de la línea. Se encuentra ultimando un clip de videoarte que EL PAÍS publica este jueves, en exclusiva. Después, saluda: «Perdona, hija. Me refería a los ratones, que me temo que en este trabajo van a ser el punto de discordia». El eje de la polémica ha sido la utilización de crías vivas de roedor como elemento artístico en una serie de bodegones. Se trata de una de las cuatro propuestas que, junto con La Cama, Iconología y Maternidad, compone el fotolibro Márgenes: un ensayo artístico sobre el ser humano y la estética (Grijalbo) que se publicará el próximo 6 de junio. La colección al completo se expondrá entre el 27 y el 31 de mayo en La Fresh Gallery. 

Consciente del revuelo que ha generado este ensayo fotográfico incluso antes del estreno, Casanova, de 28 años, quiere dejar clara una cosa, que él no es «un moralista». «Yo no le digo a la gente lo que está bien ni lo que está mal. Mi trabajo no es ejemplo de nada y no me dedico a PACMA, si me dedicase a eso lo entendería», advierte. «Yo soy un artista que retrata la realidad, lo que sucede es que la realidad a veces es dura y cruel». Con respecto a los roedores, el autor de las fotografías expone que existen multitud de franquicias con pinkies —ratones recién nacidos que sirven para alimento de serpientes domésticas— a la venta. Los venden congelados en blisters o vivos, en cuyo caso mueren entre los dos y los cuatro días, al estar separados de sus madres. «Esta es la vida que tienen. No voy a dar mi opinión sobre que el ser humano convierta a los animales en domésticos para después alimentarlos con otros animales», objeta, «esto es lo que sucede y yo formo parte del sistema».

Durante más de un año, Eduardo Casanova recorrió —junto al actor de Pieles Lle Godoy— callejones, tugurios, poblados y albergues en busca de personas en situaciones límite a las que invitar a su cama. Allí, envueltos por sus sábanas de tela de raso rosa, fotografió a adictos a las drogas, al alcohol, a prostitutas, personas con esquizofrenia o con malformaciones. «La relación que guardan todas esas personas es que habitan los márgenes». Él, confiesa, siempre se ha sentido fascinado por el lumpemproletariado; los degradados, los desclasados. Pero para Casanova, «no existe ningún sistema sin antisistema, porque el primero es tan poderoso que tiene contemplado al segundo para que forme parte de él». Su trabajo es buen ejemplo de ello, indica, porque aunque tenga un carácter «más revolucionario o transgresor, la industria lo comprende y lo mete dentro de sí. Se lucra de él».

Frente a la pretenciosidad o frivolidad que se le pueda achacar a su obra, el cineasta asegura que siempre intenta «ser honesto» consigo mismo a la hora de representar su punto de vista personal sobre la realidad. De hecho, se sorprende porque sus proyectos resulten «atrayentes y repugnantes, polémicos o que tengan algo de subversivo», pero ha entendido que forma parte de su manera de expresión. Y el mundo en que vive Eduardo Casanova ya no es tan rosa. Pese a que Pieles se ahogara en este tono, siempre tuvo un intestino retorcido que ahora aflora. De hecho, si tuviera que definir su trabajo actual con un color, este sería el negro. «Creo que no tiene nada que ver con lo anterior, que era muy pre-producido, onírico, surrealista», precisa. En cambio, Márgenes es «completamente real». No hay nada construido, ni maquillaje, ni prótesis: «No se están drogando de mentira, ni emborrachándose de mentira, no están quemados de mentira, no le falta una pierda de mentira, no son ratones de mentira». Nada está intervenido en este ejercicio estético kitsch del que Eduardo Casanova no pretende hablar más por aquello de que «el arte no se explica». «Es que, si lo haces, no mola», precisa. «Es como explicar La Gioconda. Imagínate, se iría a la mierda El Código Da Vinci».

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