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Cómo sabotear un disco de éxito

La travesía de ‘What A Wonderful World’: de himno risueño a lamento por Vietnam

Es uno de esos rumores que se han adherido a la leyenda negra de la industria discográfica: historias siniestras de disqueras que hundieron la carrera de ciertos artistas o boicotearon determinados lanzamientos. Acusaciones difíciles de corroborar en un negocio donde todos se conocen y, en previsión de futuros traspasos, suele imperar la ley del silencio.

Sin embargo, hay casos donde se hace evidente la mala voluntad de algunos ejecutivos. Llamativo fue lo ocurrido con What a Wonderful World, de Louis Armstrong. Una grabación universal, me dirán. Cierto, pero alguien se empeñó en sabotear su difusión (y casi lo logra). Verán: en los años sesenta, Louis Armstrong llenaba cualquier recinto donde actuaba, pero no tenía discográfica. Eso respondía a una estrategia del cantante/trompetista: grababa cuando le apetecía determinado proyecto, con una u otra compañía.

Hasta que, ante el pasmo general, Armstrong desbancó a los Beatles de lo alto de las listas estadounidenses. Lo logró con Hello, Dolly!, el jovial tema principal de un musical de Broadway. De repente, Louis volvía a estar de moda. Se apuntó a proyectos comerciales, como un LP a partir del cancionero de Walt Disney. Y también aceptó un reto del productor Bob Thiele.

Thiele era un fan, responsable de una insólita reunión de Armstrong con Duke Ellington. En 1967, su propuesta consistía en que interpretara una canción suya, reflejando el optimismo innato de Louis. Sería una producción cara, ya que requería una orquesta grande; Armstrong redujo sus exigencias económicas al mínimo requerido por el sindicato de músicos.

Y entonces irrumpió el metepatas. Larry Newton, presidente de ABC Records, la empresa que iba a sacar el disco resultante, llegó al estudio para hacerse la foto con el artista. Pero se quedó a la grabación y no entendió nada. En vez del chispeante sonido dixieland de Hello, Dolly!, aquello era una balada solemne que sonaba a despedida (Armstrong tenía 66 años, pero estaba muy cascado por su régimen de trabajo). En un arrebato, el capitoste ordenó suspender la sesión. Incredulidad de los presentes: “¿Quiere usted pasar a la historia como el único directivo que echó a Satchmo de un estudio de grabación?». Entre una bronca monumental, el disco se terminó; escuchando el resultado, nadie imaginaría que aquello estuvo rodeado de gritos, empujones, amenazas.

Newton tuvo su venganza. Cuando What A Wonderful World se publicó, ordenó que fuera –en la jerga del negocio- “enterrado”. Ignorado por los comerciales y los promocioneros de ABC, pasó desapercibida. Y hubiera quedado como una anomalía en la inmensa discografía de Armstrong de no ser editada en Europa: fue número uno en el Reino Unido y éxito grande en otros países.

Estados Unidos solo se enteró de la grandeza de What A Wonderful World cuando sonó en la película Good morning, Vietnam, en 1987. Era uno de los temas presentados por Robin Williams, que encarnaba al locutor protagonista de la cinta. Y estaba montado sobre escenas de la vida cotidiana, incluyendo la violencia política y militar, en el Vietnam del Sur de 1965. El contraste resultaba tan brutal que nadie se dio cuenta del anacronismo: What A Wonderful World tardaría dos años en salir al mercado.

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