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Amor loco en West Covina

Está a punto de acabarse ‘Crazy Ex-Girlfriend’, la serie que más se ha atrevido a reírse del daño que puede hacer la comedia romántica, una genialidad que la bombardea desde dentro

Antes de convertirse en Rebecca Bunch, la abogada chiflada que un buen día decide dejarlo todo –su prometedora carrera, su carísimo apartamento en Manhattan– para mudarse a un agujero llamado West Covina –porque se ha encontrado con el tipo del que se enamoró en un campamento de verano cuando tenía 15 años, tipo que apenas la recuerda y que vive allí, claro–, Rachel Bloom ya se dedicaba a bombardear, con diminutos musicales de tres minutos en YouTube, lo absurdo de la comedia romántica tal y como la conocemos, y las terribles consecuencias de una sobreexposición a la misma.

Así que podría decirse que cuando Aline Brosh McKenna (la artífice de El diablo viste de Prada y 27 vestidos) dio con ella, Crazy Ex-Girlfriend, la serie con la que ambas llevan cuatro años deconstruyendo el género desde dentro –acabando de una vez por todas con hasta el último de sus tópicos–, y que encara su final en Estados Unidos, ya existía. Solo necesitaba de una historia desde la que reírse de lo aparentemente dramático de una ridícula pérdida como la de Rebecca para elaborar su propia teoría sobre la locura. Un desequilibrio desencadenado por la obsesión sentimental: Rebecca (Bloom) está literalmente loca por Josh (Vincent Rodriguez III).

Porque Crazy Ex-Girlfriend no es solo un ácido y divertidísimo musical –sí, es una serie musical, piensen en el atrevimiento y plantéense las canciones como lo que son: dardos contra todo lo establecido, salvajes monólogos con siempre pegadiza melodía–, es también una reflexión sobre el mal del nuevo milenio –una puede tenerlo todo pero estar sola y no quererlo para nada–, la opresión de la mirada del otro –la condena de la familia que nunca va a entenderte– y, claro, lo peligroso de la comedia romántica, cuando, como le ocurre al Quijote con la novela de caballerías, se pretende escapar de la aburrida realidad viviendo en una de ellas. Por suerte, el humor está ahí, siempre, para desactivarlo todo.

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